Jesús inauguró un modo nuevo de relación del hombre con Dios. A la
idea del Dios lejano del A.T., sucede la imagen de un Dios – Padre, cercano a
las personas que ya no son siervos, sino hijos queridos cuyo cariño y cercanía busca con verdadero interés. Y de la misma manera que a la persona que amamos la tenemos dentro de nuestro corazón y la vemos sólo con cerrar los ojos, así Dios quiere que lo busquemos en la intimidad de nuestro ser y allí lo encontraremos presente empeñado en acompañarnos y vivir dentro de nosotros.
Para el evangelio de hoy la morada de Dios es el propio cristiano. Jesús
vendrá con su Padre para morar en él con una condición: que el cristiano lo ame y guarde su palabra.
En nuestro interior, en lo profundo de nuestro ser, en donde están los más
hermosos sentimientos, en donde en silencio se realizan las más duras batallas que solamente nosotros conocemos, allí es donde Dios quiere reinar. Dentro de nosotros es donde nace lo bueno y lo malo que marca nuestra vida; donde fluyen las buenas o malas intenciones; donde se fraguan los buenos o malos deseos y donde se ganan o se pierden las auténticas luchas de nuestra vida. Ahí es donde el Señor quiere estar presente y donde quiere ofrecernos su camino.
Si somos capaces de amarlo y de guardar sus palabras Dios vendrá a
morar dentro de nosotros mismos para transformarnos poco a poco en Él, para darnos su palabra, aconsejarnos, ofrecernos su misma vida, para llenarnos de su gracia.
Se puede en el amor compartir gestos, detalles, regalos, pero en el amor lo
más importante es la intimidad con la persona que amamos, el parecido que alcanzamos con ella porque llegamos a pensar como ella, a hablar como ella, a ser, poco a poco, aquella otra persona que “mora” ciertamente en lo hondo de nuestro corazón.
Nuestra vida puede ser algo verdaderamente maravilloso si es capaz de
guardar fielmente las palabras de Jesucristo; porque esa vida será la misma
morada de Dios, la morada de la alegría, de la vida, de la serenidad, de la paz.
A la promesa del Espíritu – no olvidemos que dentro de dos domingos es
Pentecostés y Jesús está ya anunciando su venida – el Señor añade el regalo de su paz.
Es fácil entender la paz de Jesucristo cuando tenemos a Dios dentro de
nosotros. Yo diría que es la primera consecuencia de su presencia. La paz no puede venirnos más que de Dios. Es un don suyo. Un don que debemos pedir y agradecer y con el que debemos colaborar,
La paz de Jesús es más que ausencia de conflictos. Es alegría, armonía,
bienestar, vida en plenitud. Supone una relación especial con Él y con los
demás. Una manera íntima de vivir desde dentro hacia fuera.
La suya es una paz que nos libera del miedo: “Que no tiemble vuestro
corazón ni se acobarde”, ha dicho Jesús en el evangelio hoy. La paz que nace en lo hondo rebosa hacia fuera, inunda nuestro interior y se transmite llevándola a tantos lugares donde falta esa paz.
Son muchos los conflictos que sacuden fuertemente a nuestra sociedad.
Además de la guerra interior de cada uno, de los enfrentamientos y las
tensiones que existen entre las personas y dentro de las familias, existen graves conflictos en el orden político, económico y social que impiden la convivencia en paz.
Se habla mucho de paz y todos dicen desearla y buscarla pero solamente
pueden construirla los que la llevan dentro. Y cualquiera no puede sembrar paz, porque es necesario tener un corazón libre de resentimientos, de intolerancias y dogmatismos. Hacen falta cristianos que posean la paz en su corazón.
Muchas veces me he preguntado qué siente un cristiano cuando en la
Misa da la paz a la persona que tiene a su lado. Lo hacemos antes de recibir la Comunión. ¿Es solo un rito, un solo gesto, o es también un deseo, un
sentimiento profundo que compromete a sentir deseos de paz para uno mismo y para el otro? Si yo no tengo paz difícilmente puedo darla a la otra persona.
La paz no puede venirnos más que de Dios. Es un don suyo. Un don que
en Jesús se ha hecho palpable realidad. Él da la paz y la da no como la da el
mundo. El Señor nos deja nuestra vida pacificada en su amor, nos da amor con paz y paz con amor.
Si queremos vivir y construir esa paz el evangelio de hoy nos señala el
camino: amarlo profundamente, guardar su Palabra y acoger el Espíritu. Como María campeona en lo de guardarlo todo en su corazón y en hacer vida de su Palabra.
LECTURAS DEL DOMINGO
PRIMERA LECTURA: Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (15,1-2.22-29)
En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé.
Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta: «Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras.
Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.»
Palabra de Dios.
R. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra. R.
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe. R.
El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.
Palabra de Dios.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
Palabra del Señor.