Debo reconocer al comienzo de mi reflexión que este pasaje de Abrahán me pone de mal humor cundo comparo esa fe con la mía y la encuentro tan pobre.
El ejemplo de Abrahán y el de Jesús muriendo en la cruz con plena fidelidad y confianza en Dios resultan tan admirables, que únicamente con la ayuda de Dios, podemos imitarles un poco de lejos.
De ahí que la fe tengamos que renovarla cada día y no se puede vivir de lo que tenemos ahorrado, sino que cada día requiere ser alimentada y abrirse a la nueva promesa una vez cumplida la anterior.
La seguridad de la fe no está en el creyente, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza, en Dios. Por eso su Palabra nos llega puntualmente, cada semana, para levantarnos el ánimo y sacarnos de la duda que nos acosa o del desánimo que nos agarrota.
Creer es, en última instancia, creer contra toda esperanza, más allá de toda racionalidad, más allá de la prudencia humana. Creer es abandonarse sin condiciones en los brazos amorosos del Padre: «Padre, si es posible…»
La liturgia de la Cuaresma mantiene siempre en el segundo domingo el evangelio de la Transfiguración. Tiene el mismo sentido quizás que Jesús quiso dar a este momento antes de llegar al sufrimiento de su Pasión.
Jesús quiso, a la vista de lo que iba a suceder, y conociendo la psicología humana, presentarles un anticipo de su gloria y de su Reino, para amortiguar el gran golpe de su pasión y muerte.
Pero la montaña, la meta, el final de todo esfuerzo, el triunfo o la victoria, pueden ser una tentación. Los Apóstoles se dieron cuenta, por un momento, de que estaban arriba y se apresuraron a decir: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mc 9, 5).
Los cristianos tenemos el peligro de refugiarnos en la montaña, cobardemente. En el fondo, para muchos, la oración es una huida. Nos refugiamos en un ámbito ideal, imaginado; no sabemos ni con quién. Sólo que en ese gesto nos encontramos a gusto, lejos de la pesadumbre cotidiana. Se ha dicho alguna vez que la mayor tragedia de la humanidad es que “los que oran no hacen la revolución y los que hacen la revolución no oran”.
Lo cierto es que hay quienes buscan a Dios sin preocuparse de buscar un mundo mejor y más humano, y hay quienes pretenden construir una nueva tierra sin Dios. “Solo puede creer en el Reino de Dios quien ama a la tierra y a Dios en un mismo aliento”.
A veces caemos en la tentación de quedarnos sentados en el camino, esperando que el Reino venga a nosotros. Pero no vendrá. No hay cielo ni tierra prometida para los que se sientan, para los que suspiran por el cielo despreciando la tierra, para los que quieren alcanzar el cielo sin transformar el mundo, para los que cuelgan las cítaras en los sauces del río y comienzan a lamentarse y a recordar a Jerusalén (Sal 136).
Descubrir la montaña, intuir la tierra prometida, es un compromiso y un quehacer. «Este es mi Hijo, escuchadle» (Mc 9, 7). En El se ha realizado la posesión de la tierra prometida a la descendencia (Gen 22, 15 ss.). Para que nosotros podamos llegar a las metas del hombre nuevo ha sido sellada una alianza en la Sangre de Jesús de Nazaret.
Los hombres ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el mensaje que todo hombre nos puede comunicar.
Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos a escuchar realmente a nadie. Se diría que al hombre contemporáneo se le está olvidando el arte de escuchar. Encontrarse con Jesús es descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué vivir y por qué morir. Más aún. Alguien que es la Verdad. Entonces empieza a iluminarse nuestra vida con una luz nueva. Comenzamos a descubrir con Él y desde Él cuál es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario.
LECTURAS DEL DOMINGO
PRIMERA LECTURA: Lectura del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18
En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!»
Él respondió: «Aquí estoy»
Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré».
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña.
Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!».
Él contestó: «Aquí estoy».
El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo». Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberle reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todos las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».
Palabra de Dios.
R. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. R.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor. R.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R.
Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no se reservo a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios es el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros?
Palabra de Dios.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos». Esto se les quedó grabado, y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos». |
Palabra del Señor.